Cuando le faltaban 46 días para cumplir los 86 años ha muerto el Cr. José Pedro Damiani Martínez. Las líneas que siguen, escritas exclusivamente a título personal, fueron surgiendo como una necesidad interna, visceral, para despedir de su tránsito por la vida, a un ser humano que, como muchos de aquella generación que alumbró en las primeras décadas del siglo XIX, representaba un símbolo del Uruguay que, poco a poco, se nos ha ido como agua entre las manos...
Damiani fue un protopito perfecto de lo que, ya en épocas de modernismo y pleno desarrollo de la sociedad de consumo, los ingleses definieron como un self made man, es decir un hombre hecho por sí mismo. Nacido en un hogar humilde de aquel delicioso Montevideo, capital de un país que se aprestaba a festejar su centenario, no llegó a conocer a su padre. Tenía siete años de edad cuando su progenitor se murió. Se crió, por lo tanto, en un hogar modesto del Barrio Sur, rengo del sostén y la orientación férrea que en aquellos tiempos emanaba del hombre que tenía sobre sus espaldas el peso de la conducción familiar. Esa difícil tarea, esencial en la formación de cualquier niño, fue desarrollada por su madre, con tanto tino que mereció el reconocimiento eterno de su hijo. Cada domingo llegaba su vástago al cementerio del Buceo para dejar el tributo de una flor sobre su tumba...
EL PRIMER GOLPE DE FORTUNA
Uno de sus primeros actos daba cuenta que en su humanidad existía la llama de la inspiración para ser diferente. "Entré de ‘colado’ al estadio para ver la final del treinta entre uruguayos y argentinos -solía contar--, y después del triunfo, esa noche fui al puerto para despedir a los porteños que tomaban el vapor de la carrera, mostrándoles un palo donde había colgado cuatro bananas en alusión a los cuatro goles que se comieron..." Tenía casi nueve años, llegó a los doce de la noche a su casa y su madre le pegó una paliza de aquellas que hoy ya no existen...
Desde entonces se encendió en él la pasión por del deporte. Apoyado en su figura de gran talla, en el fútbol probó como golero y en el básquetbol fue donde mejor pudo desempeñarse, queriendo entrañablemente los colores del Sporting Club. Por aquellos tiempos, para sus compañeros, muchachos como él, pasó a ser "El Plomo"...
Fue a la escuela pública; el liceo lo hizo nocturno porque aún con pantalón corto -recién al cumplir 15 años los varones eran bautizados con el uso de los largos--, debió salir a desarrollar cualquier changa, durante el día, para ayudar a su madre en la economía familiar. Justamente, en eso, en economía, se especializó cursando con éxito la carrera de Contador Público. Cuando alcanzó el título formó un estudio con un compañero que tenía más contactos y posibilidades por provenir de una clase social más alta. A los pocos años de ese emprendimiento el destino tocó a su puerta y le llegó el primer gran "golpe de fortuna", situación y definición que, por haber conocido de joven, le sirvió en su etapa de dirigente para utilizarla reiteradamente cada vez que concedía una transferencia a un jugador. Quienes conocieron la verdad de aquella trama de suerte, aseguraron siempre que su comportamiento leal en la emergencia, le abrió, algunos años después, puertas que nunca soñó en su adolescencia y que lo convirtieron en banquero exitoso, hombre de finanzas y experto consultor en el difícil mundo de los negocios. Aquí también, pronto apareció su condición diferente. Fue el introductor, en nuestro territorio, del desarrollo de la comercialización y administración de sociedades anónimas financieras, con conexiones en Panamá, país del que pasó a ser representante en Uruguay, con su tradicional oficina en la calle Buenos Aires.
Bajo ese paraguas construyó su imperio financiero y, apoyado en la fortuna que legítimamente amasó, tuvo la sabia virtud de dedicarse a vivir y a divertirse. ¿Pero cuál fue el secreto de esta vida que se apagó, para ser ella diferente a la de tantos que fueron eximios banqueros; batalladores seres humanos; agudos y hábiles contadores públicos; inteligentes presidentes de asociaciones y clubes deportivos; ardientes propietarios de stud y caballos de carrera, hombres prósperos y acaudalados después de haber nacido en la probreza? ¿Por qué Damiani, que como tantos fue todo eso, él y sólo él en esos caminos fue diferente a todos y hoy, cuando su habano se apaga; su eterno vaso de whsiky queda sin beber; su acción cesa y su vozarrón queda en silencio, parece que el tiempo se paraliza?
Tiempo y tiempo he llevado en analizar este caso para llegar a la síntesis. El secreto hay que encontrarlo en la forma que diseñó la construcción de su vida una vez que sus enormes pies estuvieron afirmados sobre la sólida base de una cómoda posición económica. A partir de entonces, para el Cr. Damiani vivir, no fue pensar, sino hacer; hacer siempre, para construir o para demoler, pero hacer, hacer y hacer, agregándole a cada acción el sello fiel e inequívoco de su personalidad diferente, con mucho de humor, a veces divertido, en otras como feliz ocurrencia y en algunas ocasiones sarcástico... Una prueba de esto último, fue lo que decía a los jugadores que al discutir sus contratos pedían una prima. Les recomendaba que si querían prima se consiguieran una tía...
Ya en 1948 y 1952 fue adscrito a la delegación de básquetbol en los Juegos Olímpicos de Londres y Helsinki. Asistió como delegado a los Juegos de Melbourne (1956), Roma (1960) y Tokio (1964). Es decir que fue testigo directo de la más grande e inigualada trayectoria del básquetbol uruguayo que conquistó la medalla de bronce en 1952 y 1956 con Oscar Moglia como goleador. En Tokio apoyó la campaña de Washington Cuerito Rodríguez que también alcanzó el bronce olímpico. Al retorno, a uno de sus pura sangre, lo bautizó Dale Cuero, para que en el Hipódromo de Maroñas, en cada carrera, la gente gritara el nombre del pequeño boxeador laureado.
A propósito de esto, hombre del Jockey Club, propietario del stud Sporting, en varias ocasiones utilizó la elección de los nombres de los caballos para construir irónicas humoradas. Así fue como, coincidiendo con triunfos clásicos o diferencias periodísticas, aparecieron en las pistas caballos con los nombres de "Pa’los bolsos" y "Dale Toto", dos matungos imposibilitados de cruzar el disco como ganadores...
Construyó durante su presidencia en el Sporting Club del Uruguay un equipo de básquetbol espectáculo y en tiempos de neto amateurismo en el deporte del cesto, se adelantó una vez más a lo que luego impondrían los hechos, y abrió la billetera para traer a los mejores (Omar Arrestia, Luis Koster, El Negro Hernández y el panameño Rivas) asombrando en Europa ganándole al Real Madrid.
Fue hombre del Rotary Club; fundó el 26 de mayo de 1977 el Panathlón en nuestro país para resaltar el fair play y el valor ético del deporte, y realizó una militante acción política en el Partido Colorado a partir de la entrañable amistad que construyó con el Presidente de la República, Dr. Jorge Pacheco Areco. Fue así como en la campaña electoral de 1984, para las elecciones del 25 de noviembre, Montevideo fue inundado a través de la televisión, por spot donde aparecía el Cr. Damiani, en mangas de camisa, pateando una pelota y postulándose como candidato a Intendente Municipal de Montevideo por la Unión Colorada y Batllista con un slogan que lo definía a la perfección: Mundo, experiencia y calle. En las urnas, aportó casi la mitad de los 318.588 sufragios que permitieron el último triunfo de los colorados en la capital superando los 297.490 votos del Frente Amplio y los 230.080 voluntades del Partido Nacional. En ancas de esa participación integró el Directorio del Banco República durante los períodos del primer gobierno del Dr. Julio María Sanguinetti (1985-1990) y la administración del Dr. Luis Alberto Lacalle (1990-1995).
Al margen de la reseña precedente, sin duda alguna, donde mayor dimensión alcanzó la figura y la particular acción del Cr. José Pedro Damiani, fue en el Club Atlético Peñarol. Desde 1959 hasta el momento de su muerte, nada de la vida de la institución le ha sido ajeno y fue en ella donde creó, en torno a su persona, casi una mística, transmitiendo fe en una acción y una camiseta. Fue aquí donde despertó su magnetismo popular a partir de sus enfrentamientos con Washington Cataldi, dos años menor que él y otra ciclópea figura, otra gran torre del club con la que, desde posiciones diferentes, iniciaron juntos el camino. Varias y sucesivas elecciones los vieron enfrentándose por el poder, utilizando en la contienda, artillería disímil y contrapuesta en casa ocasión.
En el primer gran choque, en el despertar de los setenta, Damiani puso sobre la mesa la necesidad de iniciar en el Uruguay el desarrollo del fútbol empresa, basado en la contratación de grandes figuras que relanzaran al club con proyecciones similares a las de la década del sesenta. Damiani-Bagnulo-Zeni enfrentaron a Guelfi-Cataldi con la bandera propagandística de la contratación de Franz Beckembauer para que visitera los colores aurinegros. Parecía una locura por cuanto el alemán estaba, en ese momento, en el pináculo de su gloria. Derrotado en las elecciones, sin que nadie se diera se cuenta, el Cr. Damiani se estaba adelantando a los futuros tiempos de la globalización futbolística, proponiendo la creación de sociedades anónimas para la administración de los clubes para que fueran pensados con verdadero sentido empresarial. Fue, sin duda, un adelantado, un revolucionario...
"A Morena lo traemos todos..." proclamó el ya entonces Presidente Cataldi, después de haberlo vendido a Europa en 1979 en un millón de dólares, y volverlo a comprar en 1982, por la misma plata que ya no estaba en las arcas del club. Desde la oposición aparecieron los cheques y la solvencia de Damiani permitieron el éxito de su ocasional adversario, para que la gloria de la Copa Libertadores y la Intercontinental volviera a la sede mirasol en ese mismo año...
Cuando, finalmente pudo alcanzar el timón del club, ante un repliegue voluntario de Cataldi, en 1987 logró llegar él, como presidente, a la conquista de la Copa Libertadores de América con un equipo casi juvenil, armado con muchos jugadores de la casa cuyas transferencias permitieron sanear las finanzas. Fue entonces, en nuevo enfrentamiento con Cataldi por la presidencia, que surgió la gran ironía de éste, frente al planteo realista de Damiani sobre la necesidad de cuidar las finanzas del club. "Nunca ví -dijo Cataldi para asegurarse el triunfo electoral por 105 votos-una manifestación de peñarolenses por 18 de julio festejando los buenos balances y gritando ¡balance, balance, balance!"
Allí nació, después del desastre económico y deportivo en que se sumergió el club, el Damiani bombero, surgiendo, otra vez como presidente, pero ahora para apagar el incendio. Allí nació, también, el último lampo de gloria de Peñarol con la conquista del segundo Quinquenio de Oro (1993-1997) en alas del Loro Quinquenio, otras de sus creaciones punzantes...
Más de una vez, en los últimos tres lustros de su vida, se enfrentó con el periodismo deportivo y el Círculo que agrupa a una parte de quienes desarrollan esa actividad, no sólo lo declaró personal no grata sino que dejó de cubrir el quehacer de Peñarol, no difundiendo ni siquiera, los resultados de sus partidos. Tampoco en este terreno rehuyó el combate. Contrató un espacio de dos horas en CX 10 Radio Continente, puso en el aire la audición "Peñarol Verdad" y haciendo dupla con ese gran misionero aurinegro que es José Carlos Domínguez, libraron una batalla de que, analizado con la retrospectiva del paso de los años, mucho tuvo que ver con el gran triunfo alcanzado en el famoso Quinquenio. Cada mediodía, la ya cascada y siempre gruesa voz de Damiani, desataba un fuerte viento que hacía flamear las banderas principistas que, al sujetar en sus férreas manos, a todos hicieron sentir dónde estaba el abanderado.
Desde esa hora radial, con el valioso apoyo de Domínguez, construyó el último maravilloso y grandioso acto que tuvo Peñarol. A las cero hora de la noche del 27 de setiembre de 1999 cerró con sus palabras, mientras la luna llena aparecía detrás de la Torre de los Homenajes del Estadio Centenario, la fiesta que conmemoraba los 108 años de fundación del club. Fue una reacción gigantesca, propia de su espíritu, arriesgando todo en la acción, para apagar los fuegos de los 100 años de Nacional y su posición sobre el decanato. Damiani construía así otro acontecimiento, además de permitir que por única vez, se pusieran la camiseta de Peñarol e integraran el equipo Enzo Francescoli, Fernando Morena y Pablo Bengoechea.
La transformación de la actitud de Damiani con la grey periodística, también fue una muestra de su evolución constante y su reacción total contra los cambios que se imponían en el mundo globalizado . Estaba acostumbrado a otro tipo de periodismo. Aquel de la amistad y la lealtad del pasado. Había sido entrañable amigo de todos aquellos que desarrollaban esta profesión con ese espíritu. Fue por eso que participó, en la Copa del Mundo de 1954 en Suiza, de un récord en la materia. "Cuando se jugó el partido semifinal en Lausana entre Uruguay y Hungría -contó Marcelino Pérez en "El Diario" del 11 de octubre de 1978-organizamos con el fotógrafo Alfredo Testoni un sistema muy singular de telefotos. Contratamos un laboratorio ambulante que estaba ubicado en una ciudad cercana, a 200 km. de Ginebra. Y también a un motociclista para el transporte. Testoni sacó las fotos principales de los primeros minutos y le alcanzó el rollo al Cr. Damiani que estaba junto a la delegación de periodistas dentro de la cancha. Damiani se lo dio al motociclista y éste lo trasladó al laboratorio ambulante. Todo esto se realizó en el tiempo necesario para lograr lo que entonces fue un récord para el periodismo nacional: las primeras fotos del partido llegaron a Montevideo antes que el gran encuentro finalizara".
Era socio del Real Madrid que lo homenajeó años atrás. Instituyó en la audición las reflexiones del Loco Vinagre. Construyó con picardía una cantidad de frases que utilizaba a menudo, para marcar su condición de diferente: afirmaba que "El hombre tiene la edad de la mujer con la que se acuesta"; aconsejaba que "Si tiene una mujer de 50 años cámbiela por dos de 25..."; recomendaba que "Hay que cuidar la platita chica porque la grande se cuida sola"; estaba convencido que "La verdad es la realidad y no lo que la gente cree"; expresaba "Dime lo que te sobra y te diré lo que te falta"; desafiaba asegurando que "En Uruguay no hay ricos... hay riquitos". Contaba que aprendió a tomar whisky cuando estuvo en Escocia, en 1967, asistiendo al partido que disputaron Peñarol y Celtic. Se le acercó una persona y le aconsejó que para tomar whisky no había que tener sed. Por eso, desde entonces, siempre, antes de "ponerle color al hielo" -como decía-- tomaba primero un vaso grande de agua mineral. No abandonó esta costumbre, ni la del habano, ni siquiera durante su última corta estada en el CTI donde quedó el increíble testimonio de una fotografía familiar donde se lo observa, en la antesala de la muerte, con su vaso "con color" en una mano y el tradicional Cohiba en la otra.
Casado con Beatriz, quería tener un varón, pero fue acumulando nenas hasta llegar a cuatro. Al quinto embarazo la cigüeña trajo el anhelado descendiente continuador del apellido. Fue al juzgado y al presentarse ante el funcionario para anotarlo, cuando le pidieron los nombres no dudó en inscribirlo con el de Juan Porfin... conocido el episodio por su señora, ésta le hizo ver la necesidad de modificarlo y así, tras las dificultosas gestiones en la oficina civil, llegó el cambio que perpetúa el de Juan Pedro, quien ahora, extinto su padre, queda con una pesada mochila para cargar sobre sus espaldas...
Por supuesto que como todo caudillo -porque Damiani fue un caudillo urbano de Peñarol-encendió polémicas; tuvo enemigos y varió de posición y forma de pensar sobre distintos episodios (su relación amor-odio con Francisco Casal, por ejemplo). Pero no conoció el rencor y buscó los reencuentros -con quién entendía que los merecía-- para su dignificación y la ajena. No exigía rectificación y, seguro de su propia fuerza, reiniciaba el diálogo, para la nueva empresa.
Odiaba la jubilación y quería estar siempre en actividad porque, sostenía, "Si uno se jubila termina sacando el perro a pasear". Tantas eran sus ganas de vivir y trabajar, que mentalmente se mantenía apegado a esta consigna, luchando contra la muerte que, poco a poco y ya en el siglo XXI, le fue achicando la cancha. Pero él, tozudamente se negaba a entregarse. Y buscó por todos los medios mantenerse en pié concurriendo cada mañana a su escritorio en la ciudad vieja y en ocasiones a la sede del club, aunque para ello debiera recurrir a un enfermero, verdadera muleta humana con la que transitó su última etapa en la vida.
Hoy el Cr. José Pedro Damiani se fue. Seguramente que si pudiera leer ésta, mí despedida a un ser humano que quise, aprecié, valoré y me jugué por él, mañana levantaría el teléfono, como tantas veces lo hizo, para decirme, me imagino, algo así como...
-"Garrido, ¡que tiempos todos esos que contó! ¡qué tiempos agitados por mi propia agitación! ¿Por qué no volverán...?"
-Porque Vd., Contador, ya no está y, ¿sabe una cosa? todos, amigos y enemigos, ¡lo vamos a extrañar...!